Abandonar el (h)aprendizaje en cuarentena

por Oriana Bulacio
estudiante de la Licenciatura en Ciencias Sociales (UNQ)

 

Hay muchísimas hipótesis que intentan explicarnos e identificar el alcance de los cambios que estamos experimentando y, mientras en el ámbito teórico-político el debate sigue, la realidad nos corre por delante. A mediados de marzo comenzó el aislamiento social, preventivo y obligatorio y, al mismo tiempo, desde nuestros distintos roles en la Universidad, también hemos comenzado a abordar la modalidad virtual.

¿Aprendemos tan rápido como nos adaptamos?

Para quienes nos dedicamos a aprender, cuestionar, analizar e intervenir, aislarnos de este contexto no es una posibilidad. Asimismo, la palabra (h)aprender —con h de hipocresía— es una propuesta que pretende fusionar las acciones que nos llevan a fingir un aprendizaje que es imposible de llevar a cabo, si no lo abordamos a través de un ejercicio colectivo. Entonces, (h)aprender implica nuevas concepciones, distintas a las que teníamos sobre la enseñanza, sus tiempos, espacios, y también las dificultades que se nos interponen ahora. En ese sentido, intenta sumergirnos en reflexiones abiertas que no pretendan dejar afuera a nadie.

Considero que la universidad es el espacio que debe garantizar que todxs podamos aprender y entender, es el espacio que nos debe impulsar a abordar reflexiones pedagógicas en cualquier tiempo, es el espacio específico del encuentro, el debate y el aprendizaje. Al día de hoy, como estudiante de la Universidad Nacional de Quilmes, tengo la obligación de llevar adelante mi participación en foros y encuentros virtuales a través de distintas plataformas online, al mismo tiempo que voy observando vídeos y leyendo bibliografía para luego terminar produciendo los respectivos parciales por materia. Estoy (h)aprendiendo algunas cuestiones y aprendiendo otras, y lo afirmo despectivamente porque unx nunca aprende solx, todxs nosotrxs siempre aprendemos con otrxs, aprendemos en comunidad.

¿Que atraviesa hoy la comunidad?

El lunes me sonaba el celular : las primeras clases de la semana ya estaban cargadas en el campus presencial que, para variar, de presencial no tiene absolutamente nada. Estaba en medio de una olla popular que se lleva adelante tres días de la semana y brinda alrededor de 250 porciones de comida para quienes más se vieron dificultadxs frente a este contexto de plena pandemia global, crisis económica histórica, incertidumbre política, desempleo, disminución de salarios, hambre, frío, muerte y desesperación, que atravesamos en conjunto.

Pongamos por caso, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) en los números que publicaron a finales del año pasado —por lo tanto, antes del impacto del coronavirus— hay un 8,9% de desocupadxs en todo el país, es decir, casi 2 millones de habitantes. Al día de hoy, sus analistas auguran para la próxima mitad del año un aumento que llegaría al 14%, consecuencia de la casi paralización de la economía. Si analizamos objetivamente esta tasa de desempleo en paralelo con la tasa de muertes por coronavirus en nuestro país (teniendo en cuenta que el país con más muertxs tiene un número de más de 114.000 personas fallecidas), podemos contemplar que la cuarentena viene cumpliendo con su propósito siendo de los mejores países que responden frente a esta pandemia, pero también nos permite observar los efectos adversos que hoy atraviesan nuestras vidas.

En cuanto a mi realidad y, por consiguiente, mi experiencia personal con la modalidad virtual, no está exenta de estas problemáticas. Para dar cuenta de ello voy a generar una distinción entre los hogares: existen quienes lo tienen y quiénes no, quiénes tienen trabajo y quiénes no, quiénes tienen para comer y quienes no, quienes tienen niñxs y quienes no, quienes tienen que llevar adelante las tareas domésticas de su casa y quienes no, quienes tienen un sitio calmo para estudiar y quienes no, quienes tienen computadora y quiénes no, quiénes tienen internet y quienes no. Estas son dificultades que ponen en foco la transversalidad de la desigualdad en todos los ámbitos, ponen en primer plano todo lo que hoy tenemos que entender, aprender y transformar.

Para concluir, en un contexto donde la enfermedad es evidente y las respuestas deficientes, me propongo resignificar la importancia de estos espacios porque el valor cultural del encuentro supera al individualismo en todas sus facetas, porque nos invita a dejar de (h)aprender y emprender un aprendizaje entre todxs. Finalmente, ¿qué podemos aprender en este contexto que no elegimos? Podemos elegir qué aprender.


ORIANA BULACIO

Tengo 19 años y soy estudiante de la Licenciatura en Ciencias Sociales (UNQ), actualmente cursando el ciclo inicial de la Diplomatura en Ciencias Sociales.